por Gabriel Holand
Con la lección de la crisis que se inició en el año 2008, y aún persiste, los gobernadores de los bancos centrales en los países industrializados avanzan en diseñar nuevas regulaciones para acotar los riesgos financieros internacionales.
Y ello se refleja durante los últimos tres años en los esfuerzos tendientes a estandarizar controles homogéneos, para todos los bancos del mundo, esbozados en los documentos de Basilea II y Basilea III.
Sin embargo mientras una parte del mundo financiero hace esfuerzos por prevenir nuevas situaciones de quiebre en los mercados, por otro lado, el monto de las operaciones especulativas y la concentración de las mismas en pocos y grandes bancos es aún mayor que antes de la quiebra de Lehman Brothers seis años atrás.
Y para probar la veracidad de esa opinión es suficiente mirar dos datos absolutamente relacionados entre sí: el monto de las operaciones de los activos financieros denominados “derivados” (derivatives) y que bancos los poseen en mayor cantidad.
En ese sentido conviene recordar el argumento que usa el gobierno norteamericano para “salvar” con dineros públicos algunas entidades financieras de su país al decir, y con razón, que ellos resulta “too big to fail”.
Por tanto su caída representaría un daño tan importante para el sistema financiero de EE.UU. que es preferible salvarlos aún a costa de socializar solo las pérdidas que paga el bolsillo de los ciudadanos.
Entonces vale recordar que, al momento de la crisis del año, solo cuatro entidades financieras norteamericanas resultaban las de mayor tamaño y riesgo. Pues hoy ya son cinco y contienen en sus libros cerca de 40 trillones de dólares expuestos a negocios derivados.
Semejante valor por un lado representa, en términos comparativos, el valor de tres años de PBI de EE.UU..
Pero además, si se considera que el total de la deuda pública de ese país asciende a 17,7 trillones de dólares, se ve claramente que solamente los negocios en “derivados” de algunos bancos más que duplican el valor que se menciona. Por tanto es fácil imaginar los riesgos potenciales para el sistema financiero global que semejante situación genera.
Por supuesto que los instrumentos financieros derivados nada tienen que ver conceptualmente con los bonos y acciones, porque mientras estos últimos representan flujo de riqueza para empresas y particulares los primeros en cambio son apuestas como las de los caballos o el bingo y que, sin dudas, convierten en parte a Wall Street en un gran casino.
Ahora bien alguna conclusión ya podemos sacar por lo que se lee hasta aquí: la nueva burbuja es gigante y parece mayor que la del año 2008 cuyos efectos negativos nos acompañan hasta el día de hoy.
Y la pregunta del millón en esto caso sería: cuando el conjunto de dichas operaciones exploten -seguro lo harán-¿Cuáles serán los daños para la economía global?
Otro tema interesante sería comprender porque si los negocios financieros con derivados resultan tan riesgosas porque los bancos las realizan igual.
En este caso la única respuesta valida se refiere a la ambición excesiva por ganar dinero.
Más aún. Resulta importante preguntarse porque la administración Obama mira para otro lado en relación a este tema. Y, por cierto, hallar una explicación política a semejante interrogante resulta más difícil todavía.
Tal vez una respuesta la aporte un comentario del New York Times al aseverar días pasados que los bancos americanos tienen en total u$s280 trillones de derivados en sus libros, y que del trading de dichas operaciones provienen sus mayores ganancias.
Por supuesto que dichos bancos tienen sofisticados software de computación por lo cual creen mantener semejante andamiaje especulativo en ambiente controlado y, por tanto, se sienten capaces de predecir cualquier colapso.
Pero ya sabemos que los modelos de computación se basan en “asunciones”, es decir escenarios imaginarios. Y que los sistemas suelen fallar sobre todo porque, parafraseando al Premio Nobel de Economía del año 2002 Daniel Kahneman, los administran seres humanos de carne y hueso que interpretan a su manera la información que reciben.
Así que en un escenario de mayor complacencia aún, si eso fuera posible, el problema hoy día es mucho más importante que en el inicio de la crisis de Lehman Brothers que aún vivimos.
Y prueba de ello es que el total de productos derivados financieros circulantes por el mundo, en aquel momento, se calculaba en u$s500 trillones, mientras que hoy semejante paquete asciende a más de u$s700 trillones según datos que aporta el Bank for International Settlements (Basilea).
Por supuesto que el 30% de dichos negocios, se desprende del último informe del OCC’s, se ubica se ubica en las carteras de los cinco bancos “too big to fail” de EE.UU..
Por lo tanto, y según el mencionado reporte, JPMorgan Chase posee u$s67 trillones en derivados fuera de Balance, mientras el total de su cartera de activos apenas si se acerca al 4% de dicho valor.
Para el caso de Citi, según el informe, posee u$s60 trillones en derivados mientras que los activos en cartera ascienden a 2% de dicho guarismo.
Y para los casos de Goldman Sachs, Bank of América y Morgan Stanley los números resultan parecidos a los anteriores.
Sin embargo, a juzgar por un comentario del portal Zero Hedge, la estrella de la película resulta el gigante alemán Deutche Bank que se encuentra expuesto a riesgos de derivados muy por encima de cualquiera de los bancos mencionados anteriormente.
Aparentemente nada se aprendió de la crisis del año 2008. Probablemente los grandes operadores de las finanzas globales piensan que nuevamente “alguien” pagará las futuras pérdidas.
Y, paradojalmente, toda la economía del mundo está en manos de los bancos mencionados los cuales parecen tener el detonador de la santa bárbara financiera global.
Publicado en Diario Bae