A juzgar por algunos titulares de medios financieros globales parece que los llamados mercados emergentes se encuentran en la puerta de una crisis inminente.
Más aún. Algunos analistas creen observar síntomas similares entre aquella crisis de los años 90 y el momento actual.
Sin embargo la mayoría hasta el día de hoy ningún dato de la economía real indica la cercanía de una hecatombe.
Si es cierto que una fuerte debilidad de los países de nuestro continente, como así también de Asia y Europa del Este, radica fundamentalmente en la falta de suficientes fuentes de financiamiento regionales lo cual lleva, claro está, a depender de la voluntad de quienes administran los grandes flujos de fondos en el mundo.
En otras palabras, y más allá de los discursos o ciertas cuestiones voluntaristas, una buena parte del dinero que reciben las empresas y estados de nuestro continente proviene de inversores privados –personas o entidades financieras poderosas- cuya bandera es obtener el mayor retorno posible en relación al riesgo que asumen.
Pero últimamente, debido a ciertos cambios en la política monetaria de los países centrales, dichos inversionistas modifican el foco de sus intereses.
Y el disparador de esa variación tiene como actor principal al banco central norteamericano. Porque este comienza a retirar dinero del mercado lo cual eleva las tasas de interés en el mayor mercado monetario del mundo, EEUU, y luego en todo el mundo.
Por tanto los dueños de grandes sumas de dinero eligen posicionar su capital en lo que se conoce como “Primer Mundo” en forma más rentable y supuestamente con otro grado de seguridad a menos que, claro, esta se les pague a una tasa mucho mayor por estos lares.
Pero ese reacomodamiento es un proceso que demora en el tiempo y, en primera instancia, los grandes se llevan su dinero y después veremos.
Y esta situación se verifica, además de nuestra región con Brasil a la cabeza, en países tan lejanos como Turquía, Sud África o Hungría.
Pero la realidad es que detrás de las dificultades mencionadas las bolsas globales tratan de justificar sus movimientos especulativos con todo aquel argumento-reales o no tanto- que confluya a sus intereses, sean estos los menores valores de los comoditas, la menor producción china, etc, etc.
Sin embargo, al menos en lo se refiere a la mayoría de los países de Latinoamérica, si bien resulta necesario corregir importantes cuestiones de la macroeconomía, bien lejos se está de una crisis severa de quiebras bancarias bancaria o de tipos de cambios por ahora.
Claro que los factores son muy dinámicos y, como en toda ruta resbaladiza, depende de la rapidez y dirección con que se pegue el “volantazo” corrector.
Y el escenario internacional tampoco luce tan desalentador como a veces parece.
Por un lado debido a que la “aspiradora” de fondos que seca la plaza del mundo -la FED- lejos está de apretar a fondo el acelerador antes de las próximas elecciones en EEUU. Por tanto existen fondos disponibles en los mercados para paliar problemas temporales.
Pero además las naciones de nuestro continente, si bien en forma dispar, muestran algunas fortalezas que merecen tomarse en cuenta.
Por ejemplo la mayoría mantiene mercados de cambios más o menos flexibles, por la razón o por la fuerza, y también reservas internacionales suficientes sumadas a bajo nivel de endeudamiento público en moneda extranjera lo cual relativiza los riesgos cambiarios.
Y esto también representa una oportunidad para muchos países porque, con las bajas tasas actuales es factible endeudarse para conseguir dinero fresco sin desangrar las economías con el pago de abultados intereses.
Pero además se observan otros avances más permanentes que permiten confiar en nuestras perspectivas de largo plazo. Por ejemplo fuerte crecimiento económico durante los últimos años tanto como avances en el grado de industrialización y mejoras en la distribución del ingreso con aumenta del consumo.
Y un ejemplo interesante relativo a dicho interrogante es posible observarlo en nuestro país también.
Aquí los mercados, medidos a través de la curva de interés, ofrecen mayores tasas para invertir en el corto plazo que en el largo.
Y ello resultaría ilógico a priori porque, se sabe, si arriesgamos nuestro capital por más tiempo querremos a la vez percibir una renta más alta como para pensar compensamos el riesgo.
Por tanto la mayor renta de corto que se puede apreciar en las pantallas de los bancos puede obedecer a dos razones totalmente antagónicas.
Una de ellas puede ser que los operadores creen que esta tormenta pasará rápido y tratan de hacerse de liquidez por las próximas semanas nada más por lo cual deben convalidar tasas altas por poco tiempo.
O, la forma de verlo según el manual de finanzas, es que los operadores temen una recesión a mediano plazo en la cual espera contar con pocos tomadores de dinero y por ello se rehúsan a quedar “enganchados” con altos costos por un período de tiempo de mayor extensión.
Finalmente, según los comentarios que se mencionan en la columna, puede esperarse un par de años duros para los países en cuestión. Pero también es cierto que, en base a las fortalezas mencionadas, muchos de ellos pueden salir del atolladero en forma más o menos incruenta si se realizan las reformas necesarias.