EL ORO MANTIENE SU LUGAR EN LAS CARTERAS DE INVERSIÓN

El precio del oro sufrió un importante ajuste sobre finales del año 2011. Y tal corrección, después de la fuerte suba del metal durante los últimos tres años y medio, llevó a que distintos analistas señalaran el fin de la “era dorada” y la conveniencia de aligerar los portafolios de inversión de al menos una parte de dicho activo.

Hasta el mismo Warren Buffet, dicen, sostiene que el oro es “un objeto inanimado incapaz de producir nada”. Y, de estas cosas, el hombre algo sabe.

También, corresponde aclararlo, además del “oráculo de Omaha” mucho sostienen que guardar oro responde sólo a una sensación de miedo ante un futuro que se muestra imprevisible.

Y eso porque el metal es improductivo ya que no paga cupones de interés como los bonos o dividendos como las acciones. Además, ni siquiera es un commodity de “punta” como el litio o el petróleo.

Pero, más allá de las alzas y bajas temporales, nuestra opinión es que conviene mantenerlo en las carteras, sea mediante índices o en forma física. Y para ello, existen razones técnicas y macroeconómicas.

Es una verdad revelada en los mercados que existen períodos durante los cuales el valor de las acciones y de los bonos oscila entre la sobre y la subvaluación.

Por esa razón, es recomendable que el portafolio contenga una mezcla balanceada de dichos activos y, además, de activos pertenecientes a empresas de distintas economías del planeta.

Ese principio se llama diversificación de riesgos y se sostiene en el concepto de que cuando algunas acciones bajan (por ejemplo por una temporada de bajo consumo) ciertos bonos, por el contrario, tienden a mantener su precio o, incluso, a aumentarlo.

Pero ¿qué sucede cuando todos los activos bajan? Entonces el concepto tradicional de balanceo pierde todo eficacia, al menos en forma temporal.

Y esa última es la situación por la que atraviesan los mercados una y otra vez desde la crisis del año 2008 hasta ahora.

Pero también pudo verse la baja conjunta en el valor de los bonos y acciones durante los años 1970 y 2001. Y, vale aclarar, ninguna crisis de la magnitud actual tuvo lugar en ese entonces.

Razones técnicas comentadas en forma comprensible. Un análisis interesante a esos efectos sería comparar, en una serie de 40 años, cuánto creció el valor promedio de todas las acciones del mercado americano (por ejemplo a través del índice de acciones Wilshire 500) con el rendimiento de los bonos del Tesoro de los Estados Unidos a 10 años.

De ese estudio es posible ver que quienes compraron y guardaron tales instrumentos financieros durante ese tiempo recibieron igual renta neta de inflación pero, obviamente, corrieron distintos riesgos.

Seguramente, algunos opinarán que en general las personas rotan sus activos con mucha mayor velocidad, por lo cual tal análisis carece de valor.

Sin embargo, si se miran series de tiempo más cortas durante esos mismos años, depende en qué momento se compraron o vendieron los activos, los resultados pueden ser aun mucho menos gratificantes.

Por cierto, la conclusión es que quienes invirtieron su dinero en los bonos del Tesoro de los EE.UU., considerados muy seguros sobre todo en aquellos años, obtuvieron las misma ganancia que los apostadores en las acciones, por definición más riesgosas.

Pero el dato fundamental que hay que agregar es que quienes confiaron su dinero a la evolución del oro durante esos 40 años recibieron igual rentabilidad que los apostadores de bonos y acciones.

Y conviene recordar a esta altura que el metal amarillo se encuentra exento tanto de la fiebre emisora de billetes de los bancos centrales tanto como de voluntades políticas, quiebras empresarias o iliquidez de los mercados, porque el oro siempre tiene clientes.

Entonces, ¿es útil invertir en oro a largo plazo? Y la respuesta parece más que obvia.

Razones macroeconómicas fáciles de comprender. El último pique alcista del oro toma cuerpo desde la crisis del año 2008. Porque el miedo será poco heroico, pero tampoco es zonzo. Y, ya desde el inicio de la explosión de los mercados y economías del mundo, más que temor a lo desconocido existió cuasi certeza de lo que vendría.

Y la “voz de la calle” de los inversores tuvo razón. Porque las quiebras y créditos impagos se multiplicaron por montos gigantes. Casos como las hipotecas subprime, Lehman, AIG, Estados europeos, grandes bancos y empresas globales, sirven como ejemplo.

Por tanto, ante tal certidumbre de pérdidas, lo menos arriesgado fue volver a las “fuentes”: el oro.

Y luego, las decisiones de que Bush/Obama liberaron centenares de miles de millones de dólares sin respaldo. Y, nuevamente, ante el papel pintado el metal tomó aún más fuerza.

Por último, la UE se decidió a poner el dinero necesario para contener la crisis, eso sí, en forma muy europea. Es decir, liberan los fondos en cataratas pero a cambio de promesas de austeridad, todas de más que dudoso cumplimiento.

Así que, por todo lo visto –y lo que veremos aún– tanto en los mercados financieros internacionales como en las economías del Primer Mundo, más vale hacer un lugar al oro en los portafolios de inversión o, al menos, en la mesita de luz.

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