por Gabriel Holand
Las últimas noticias de la economía americana indican que la tasa de desempleo volvió a descender y que se crearon 120.000 puestos de trabajo durante las últimas semanas.
Y es una buena noticia para esa nación, pero también para aquellos países que les venden productos manufacturados y commodities.
Sin embargo, la realidad también señala que el país del norte debe crear 150.000 nuevas posiciones laborales por mes –20% más que el ritmo actual– simplemente para sostener la oferta de empleo a la par del crecimiento poblacional.
Por lo tanto, o se generan 30.000 vacantes adicionales en el mercado laboral americano, o la recesión se hará endémica sin remedio en cuestión de pocos años. Los suficientes para que se agigante el ejército de desocupados.
Lo aparente y lo cierto. Muchas veces, en la economía global se asocian los datos de mejoras en el nivel de empleo con una posible suba de las Bolsas, dado que supuestamente ello traería aparejado mayores gastos y consumos en las economías familiares. Y así también se empinarían las ventas y ganancias corporativas.
Pero en el caso actual de los EE.UU. conviene mirar dos veces. Porque la suba en la tasa de desempleo americana se debe en primer lugar a que 300.000 personas abandonaron la fuerza de trabajo. Es decir, que cesó la búsqueda o se jubilaron.
Por otro lado, sirve entender que, para calcular qué cantidad de trabajadores potenciales carecen de ocupación, Washington toma como base una muestra sobre la situación laboral de apenas 60.000 familias. Y además, se computa como ocupado a quienes trabajan el mínimo de horas semanales, las cuales resultan insuficientes para mantener un nivel de vida razonable.
Así que, más allá de las estadísticas oficiales, muchos sugieren que la falta de empleo –o su existencia en forma precaria– afecta a cerca del 20% de la población de los EE.UU. que está en condiciones de trabajar y tiene el deseo de hacerlo.
Además, cuanto más uno se adentra en ese país y se aleja de los puertos y las zonas costeras, con mayor facilidad se aprecian los estragos que causa la pérdida del empleo. Sobre todo ante una población que tuvo por costumbre consumir sin muchos límites.
Según los datos disponibles, el 40% de los desempleados hace seis meses o más que dan vueltas en la búsqueda de obtener una fuente de sustento, mientras que en al 2007 tal proporción alcanzaba apenas al 10% de ellos.
Y esa situación resulta crítica porque, cuanto más tiempo está una persona sin poder trabajar, mayores son las dificultades que encuentra para reinsertarse en el mercado laboral.
Por otra parte, la economía americana acostumbró históricamente a innovar y generar adelantos tecnológicos en cantidad y con rapidez. Por lo cual existía un continuo proceso de reemplazo de trabajadores que migraban hacia mejores posiciones y salarios más altos, a un ritmo de1 millón de personas por mes.
Pero a partir de la crisis del año 2008 tal evolución se detuvo, y eso quiere decir que hoy existen más de 36 millones de trabajadores ocupados en tareas que abandonarían en caso de encontrar mejores alternativas.
Además, con la crisis, la relación entre el modelo de negocios de las grandes corporaciones americanas y el mundo del trabajo cambió su enfoque.
Porque la recesión mostró a los empleadores que podían fabricar iguales cantidades de productos con menor número de trabajadores, es decir que hubo mejoras en la productividad. Y eso debido a los avances tecnológicos pero, también, a la sobreoferta de mano de obra.
Por todo lo expuesto, predecir un rápido aumento del empleo americano –y del consumo– a corto plazo sería un sueño difícilmente realizable.
En ese sentido, según últimas encuestas, el 20% de las empresas creen que difícilmente vuelvan a tener una dotación de personal similar a los momentos de pre crisis del año 2008. Y otro 40% dice que la rentabilidad debería crecer cerca de la mitad de los niveles actuales para contratar igual cantidad de trabajadores que cuatro años atrás.
Más aún. La gran mayoría de las nuevas búsquedas de personal ofrecen menores salarios y beneficios por realizar igual trabajo que antaño. Entonces, la mayor productividad, además de los avances tecnológicos, radica en empobrecimiento de la mano de obra ocupada.
Por lo tanto, muchos predicen que durante los próximos diez años las familias americanas trabajarán sólo para pagar su consumo diario y cancelar las abultadas deudas que poseen, y eso en el mejor de los casos. Pero de generar excedentes u ahorros, ni hablar.
Y resulta imposible obviar la reflexión. Si hay poco trabajo, y el existente está peor remunerado que años atrás, entonces el consumo difícilmente despegará con rapidez. Por lo tanto, la rentabilidad de las empresas que venden al mercado interno americano, y el precio de sus acciones en la Bolsa, tampoco se favorecerán.
Reentrenar la fuerza laboral. En algún momento se tratará de recuperar el tiempo que se perdió. Entonces habrá que reeducar a la enorme masa de trabajadores que olvidaron parte de sus habilidades y entrenamiento durante el período en el cual estuvieron sin empleo.
Porque cada vez está más claro que sólo la capacitación permitirá competir por buenos puestos de trabajo y mejores salarios, sobre todo en una era en la cual las empresas pueden conseguir mano de obra más barata en distintas regiones del mundo.
Mientras tanto, el escenario político en Washington hace poco para encarar estrategias a fin de mejorar la situación económica y social. Y las peleas e inacción se sucederán, seguramente, hasta después de las elecciones de noviembre del año 2012.
Por lo tanto, sólo después del proceso electoral se verá hacia dónde se dirige la economía del país, si a concentrar aún más los ingresos o a encarar una nueva etapa de desarrollo, y con una mayoría parlamentaria que acompañe a la Casa Blanca.
Mientras tanto, algo queda muy claro. La vieja pujanza emprendedora, que distinguió a la sociedad americana, hoy se encuentra casi ausente en distintos estamentos de esa sociedad.
Publicado en Diario BAE