EUROPA ESTÁ MAL, PERO YA SE ACOSTUMBRÓ

En los últimos días, y visto desde afuera, las cosas parecen algo más estabilizadas en la eurozona. Ahora parecería que, como diría el sabio Mendieta, están mal pero acostumbrados.

De todas formas esa impresión de calma es circunstancial y pasajera. Pero, visto desde un punto de vista exclusivamente financiero y de caja, al menos ya se sabe cuáles son los focos de conflictos más severos que podrían dar por tierra con el euro y generar una recesión global.

Y es Italia quien encabeza las posiciones de emergencia porque, a menos que logre estabilizar su economía y presupuesto nacional, necesitaría un salvataje financiero que está totalmente fuera del poder de fuego de la Unión Europea.

Y una prueba sencilla para verificar lo anterior sería recordar que el Estado italiano ya pagó por conseguir fondos en el mercado más del 7,8%, es decir, un rendimiento mayor al que ofrecen por plazos un poco más largos los Boden 2015 de nuestro país.

¿La crisis europea favorece a los mercados? Tal vez, y a unos pocos. Puede ser que algunos operadores compren, por poco dinero, empresas públicas o privadas de alto valor potencial pero que actualmente se encuentran sin un centavo en sus cajas. U otros, que apuestan a la quiebra del euro o de algún país europeo en particular, hagan diferencia.

Pero para la mayoría de los ahorristas e inversores esta crisis resulta un muy mal negocio. Porque el valor de los activos financieros cae sin límites, lo cual perjudica a cualquiera que tenga un excedente –pequeño o grande– de dinero para guardar.

Y un ejemplo de ello es que el índice de acciones americanas S&P está en el mismo nivel que a principios del año 2011. Y en el mundo de la renta fija (bonos, fideicomisos, etc.) los rendimientos, en el mejor de los casos, apenas si se acercan a la inflación.

Por otra parte, nadie puede sostener que ese dinero que pierden “las finanzas” se corresponden con crecimiento de la “economía real” en el mundo, obvio resulta decirlo.

Y también es cierto que lo que hoy sucede es el resultado de los desbordes financieros del pasado, del cual se beneficiaron jugadores muy grandes.

¿Por qué importa al resto del mundo lo que pasa en Europa? A esta altura ya existen sobradas razones para pensar que, dentro de la misma UE, hay quienes apuestan a su ruptura, y sueñan con la formación de algo así como un club de primera clase de países ricos con vasallos pobres.

Y ya pocos creen que la alianza respaldará a los socios en problemas, como sucedería con un holding empresario digno que cubriría con la rentabilidad de sus compañías rentables los quebrantos ocasionales de las más débiles, aunque sea por una cuestión de reputaciones.

Así que, a la hora de pensar en el riesgo de invertir, convendría recordar que a los grandes países europeos, de hecho, les preocupa poco sostener una imagen de respaldo sobre aquellas naciones que conforman su bloque. Así que el dicho de “hoy por ti mañana por mí” está en serias dudas. Dicho de otra manera, ¿respaldará ilimitadamente el Estado francés o el alemán a sus bancos y empresas ante un agravamiento de la crisis? Ojalá esta pregunta evite contrastarse con la realidad en un futuro.

Lo que se viene. A menos que los líderes europeos reformulen sus políticas y herramientas para manejar la crisis sucederán dos escenarios, ambos perturbadores.

Una alternativa es que veamos una ruptura desordenada y angustiosa de toda la zona euro. La otra posibilidad quizá sea la conformación de una nueva alianza europea de los países ricos, a los cuales se sumarán las naciones obedientes y disciplinadas que tengan economías más o menos sanas. Y, cuanto más tiempo pase sin que se encuentren soluciones de fondo, mayor valor tiene la alternativa a que presagia una refundación de la UE más pequeña y elitista como único modo de poner límite a la crisis.

Claro que, de esa manera, los países menos favorecidos de la alianza quedan librados a su suerte ¿Pero acaso ahora cuentan con verdadera ayuda o con salvavidas de plomo por parte de sus socios?

Conviene decir, por otra parte, que ese proceso de modificación de la alianza político-económica en Europa tendría consecuencias aún imposibles de estimar tanto como los daños colaterales que causaría en el resto del mundo.

Simplemente como hipótesis de trabajo cabe plantearse distintas consecuencias que acarrearía a un país abandonar la alianza y la moneda euro. Por empezar se debería implantar un férreo control de capitales para evitar que se escape de sus fronteras el volumen físico de moneda extranjera. Porque, claro está, todo aquel que pudiera cambiaría el signo monetario nacional por cualquier divisa fuerte y trataría de ponerla a resguardo. Por supuesto que las empresas intentarían vender todo el stock posible al solo efecto de ganar liquidez.

Para algunos analistas la nación que abandone el euro podría devaluar y así acrecentar sus exportaciones. Pero esa tesis es más que discutible porque para vender al exterior hace falta tener productos competitivos. Además, con la actual debilidad del comercio internacional, ¿quién abriría las puertas a la producción foránea?

También sería bueno preguntarse con qué moneda se pagarían las importaciones de commodities básicos, o cómo se haría para atender los planes de pensión y los servicios básicos que consume la población. Además, ni qué hablar del aumento de los precios internos y el desempleo que una devaluación conlleva.

Por otra parte, corresponde analizar cómo se manejaría la deuda existente en euros. Sobre todo la de las empresas privadas de cuyo repago dependen flujos de efectivo y de mercaderías en todo el mundo. Además, en su mayoría, las emisiones de bonos corporativos europeos se someten a los tribunales de Londres, por lo que un impago resultaría más complejo de resolver que dentro de las fronteras del país en problemas, y nuestro “corralito” es un ejemplo de ello.

Respecto de los planes de austeridad, parece muy claro que el ajuste lleva a muchos socios a una recesión como mínimo, o a una depresión de muchos años quizás.

¿Todo vuelve? Muchas veces se escucha que “Europa es Europa, y la crisis pasará”. Y es probable que así sea pero ¿a qué costo?

Vale la pena recordar qué pasó en el mundo en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. En aquel momento los países tuvieron que hacer frente a su reconstrucción tanto social como económica. Soportaron fuertes ajustes económicos, grandes procesos inflacionarios que se sumaron al endeudamiento exterior e inestabilidad monetaria. Todo ello causó el hundimiento del poder adquisitivo del salario tanto como de las inversiones de renta fija y del ahorro.

Luego, vino la Segunda Guerra Mundial. Y, al menos en parte, hubo una relación causa efecto entre dichos acontecimientos. Muchos esperan en el mundo que los líderes europeos, bien intencionados, recuerden ese período.

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