por Gabriel Holand
Desde la crisis global del año 2008, los bancos centrales de EEUU y Europa implementan políticas monetarias que impactan en todo el mundo y permiten mantener muy bajos los tipos interés en amplias regiones del planeta.
Ello habilita a los operadores a apostar con las compras de activos mediante dinero prestado (sin pagar costo financiero), y permite también, aún con cuenta gotas, que los países de nuestro continente puedan tomar créditos en los mercados internacionales tal como lo hace el Estado Plurinacional de Bolivia a tasas cercanas al 5% anual.
Pero conviene preguntarse si la existencia de dinero muy barato resulta positiva o si, por el contrario, esconde futuros problemas para las economías de los países en desarrollo, como nosotros, que necesitan de grandes inversiones (infraestructura, transportes, energía), para consolidar sus procesos de crecimiento.
Y a esta altura de la columna vale acotar un dato que tal vez sorprenda y nos referimos a que, en realidad, las tasas de interés en el mundo resultan fuertemente negativas durante los últimos treinta años si se las compara con la evolución de la inflación (aumento persistente de los precios) durante dicho período.
Por tanto en primera instancia se podría pensar con satisfacción que personas como nosotros, o bien empresas, pueden acceder a préstamos de consumo e inversión y pagar por ellos un costo menor a su nivel de ingresos si estos se ajustaran por el aumento del costo de vida.
Sin embargo esa conjetura tiene patas cortas.
Y ello debido a que, antes de aceptar rendimiento menores a sus pretensiones, los dueños de los capitales de inversión elijen especular en los negocios de corto plazo que ofrecen las Bolsas en vez de otorgar préstamos de largo plazo y, por lo tanto, atarse a la suerte de los proyectos que financian, con los riesgos de incobrabilidad que estos últimos pueden acarrear.
Y se suma a lo anterior que el “nuevo rico” global, China, prefiere acumular reservas en forma precautoria ante el riesgo de nuevas crisis o invertir sus recursos internamente antes que destinar, masivamente, fondos a financiar a gobiernos y empresas fuera de su territorio.
Dicho de otra manera las inversiones chinas en el exterior caen durante el año 2013 nada menos que un 3,7% por primera vez en 5 años. Y ello implica que miles de millones de dólares dejan de percibirse en otros mercados emergentes acostumbrados a recibir flujos de capitales por parte del Dragón.
Por otro lado similar situación de retracción en las inversiones fuera de las propias fronteras se observa también en otras naciones emergentes prósperas las cuales eligen, por lo tanto, volcar mayores fondos a su mercado interno antes que exportar capitales.
Algunos datos de la realidad
Y es la nueva titular del banco central de EEUU, Janet Yellen, quien – inesperadamente para quien escribe estas líneas -, aporta un pensamiento que suma a la cuestión no sólo contenido económico sino incluso cierto sustrato social.
Ello es así porque Yellen sugiere que la baja en las tasas de interés resulta en parte atribuible al daño que reciben las fuerzas del trabajo -mano de obra especializada- durante la última recesión económica, especialmente en la moral y habilidades específicas de aquellas personas que se encuentran largo tiempo sin trabajo.
Y dicha situación lógicamente lleva a que disminuyan la cantidad de consumidores de productos por lo cual, a la vez, las empresas ven mermar la demanda de aquello que producen sumada a la dificultad de obtener mano de obra calificada para mantener activas sus líneas de producción.
Y ante ese escenario, las compañías recortan sus planes de inversiones. Lo cual explica, en buena medida, la lentitud en el actual proceso de recuperación económica tanto en EEUU como en otros países del mundo.
Como corolario de lo que se expone -menor demanda en el mercado- baja también la demanda de crédito y por tanto- ley de oferta y demanda básica- también se deprimen las tasas de interés.
Sin embargo esta argumentación, aunque poderosa, resulta insuficiente para explicar la tendencia a la baja de los costos financieros durante los últimos 30 años.
Así que otro argumento a considerar es que los nuevos emprendimientos empresarios a escala global requieren menor volumen de capital que, por ejemplo, durante los años ochenta del siglo pasado.
Y esto encuentra su justificación en el auge de las empresas de servicios, frente a aquellas de “fierros duros”, que logran consolidarse con menores montos de inversiones.
Para entender esto basta pensar en las “punto com”, muchas de las cuales nacen según el folklore en un garaje, y luego alcanzan valores astronómicos de cotización en las bolsas globales más que nada por la expectativa de obtener grandes ganancias a futuro, y no por sus inversiones patrimoniales en activos físicos como maquinarias, tierras, etc.
Así que la situación descripta genera ciertos ajustes en el formato de las financiaciones empresarias en el mundo desarrollado porque las compañías de servicios, verdaderas estrellas de la contemporaneidad, demandan menos capitales de inversión que aquellas dedicadas a la industrialización y transformación de bienes y materias primas que conocemos históricamente.
Pero, si se acuerda con este planteo, también se podría aceptar la existencia de una oportunidad para algunas naciones.
Porque en nuestro continente queda mucho por hacer aún en el camino de agregar valor a las materias primas que producimos y, en muchos casos, exportamos en su estado natural.
Y ello conlleva la necesidad de fuertes inversiones de capitales de riesgo -como el shale petróleo en Brasil o Argentina, o el gas en Bolivia, por citar algunos ejemplos-, a diferencia de los emprendimientos de servicios.
Por tanto podemos resultar un campo atractivo para aquellos inversores que desean mejorar la tasa de ganancia de sus capitales.
Claro que es una cuestión de punto medio en el cual dichas financiaciones se hagan a tasas de interés razonable y que, a contramano de la historia, no se lleven “la parte del león”.
Publicado en Diario BAE