Los mercados globales vieron durante las últimas semanas la revalorización del dólar estadounidense frente a la mayoría de las divisas y también el empinamiento de la tasa de 10 años de los bonos del Tesoro de los Estados Unidos que pasó de 1,65 a casi 2,60 por ciento.
Estos ajustes impactaron en dos aspectos: el precio de los bonos emergentes emitidos en dólares y el de los títulos de terceros países emitidos en sus monedas domesticas.
Peor aún les fue a los títulos que reunieron la doble condición para derrumbarse. Por ejemplo, un bono brasileño en reales perdió precio tanto por la moneda de emisión como por el tipo de riesgo que asume el inversor –emergente– al comprarlo medido contra los bonos del Tesoro de los Estados Unidos.
Sin embargo después de las caídas que en algunos casos representaron 15 a 20 por ciento en el valor de algunas carteras de bonos conviene preguntarse qué nuevas oportunidades se abren para los inversores.
Y en ese sentido, una clave a tener en cuenta: ¿cuál será el camino del dólar? Su apreciación fue rápida y seguirá hacia arriba, pero ¿cuánto más? Creció alrededor de 6% frente a las mayores monedas del mundo (corona noruega, dólar australiano) y ese parecería ser el techo aproximado por ahora.
Pero las ganancias más fuertes del greenback se dieron contra los signos monetarios emergentes.
Por ejemplo India o Sudáfrica, cuyas economías dependen fuertemente del flujo de fondos globales, vieron caer sus monedas, ante la salida de los dólares, cerca del 10% desde principios del mes de mayo, momento en el cual la FED ya amenazó con quitar parte del pedal financiero con el que embretó al mundo.
Esto obligó a que distintas naciones emergentes sacrificaran reservas en dólares y absorbieran moneda doméstica con el fin de moderar su caída de valor.
Es decir que en relación al golpe devaluatorio del dólar contra las principales divisas del globo parecería que ya se vio lo peor y quedarían apenas algunos ajustes pendientes de menor intensidad.
Y ello porque, además, la economía de los EE.UU. mejoró últimamente, pero tampoco está en el apogeo de los ’90 durante los cuales el aparato productivo funcionó a toda máquina. Por lo tanto, el país del Norte también necesita exportar su producción lo cual lejos está de producirse si la moneda se encuentra muy robusta frente a sus pares del mundo.
Una vez más se comprobó que el mercado siempre ajusta. La realidad mostró que desde el 2008 los mercados de bonos emergentes, entre otros activos financieros, estuvieron de fiesta sobre todo por la baja tasa de interés que pagaron los títulos de calidad crediticia más alta, cuyos magros rendimientos reflejaron la marcada laxitud monetaria tanto de la FED como –tarde y mal– la del Banco Central Europeo.
Por lo tanto, con riesgos muchos menores que los asumidos por quienes jugaron con acciones, también se obtuvieron rentabilidades interesantes.
Sin embargo, el festín, por lo menos con la intensidad conocida, terminó tan abruptamente que algunas curvas de bonos emergentes quedaron más de 20% negativas en forma muy rápida.
Y ello resultó muy malo para los que estaban invertidos en esos activos. Pero, ¿representará semejante caída en los precios una oportunidad para aquellos que tienen liquidez disponible?
En primer lugar, conviene dejar en claro que la tasa de 10 años seguirá en crecimiento durante los próximos meses lo cual representa un riesgo para los precios de los bonos emergentes a tasa fija y fecha “larga” de vencimiento.
Sin embargo, la otra cara de la moneda puede mostrar una oportunidad. Y ella radica en los bonos de países emergentes –Argentina entre ellos– emitidos en dólares de corto plazo con rendimientos mayores al 7-8 por ciento y cuya salud dependerá simplemente de que el deudor, público o privado, honre sus compromisos.