por Gabriel Holand
Las grandes economías intentan capear el temporal. China emerge como protagonista
Durante los últimos tiempos, el mundo de la economía y las finanzas se acostumbró a vivir en permanente tensión. Y 2011 se ocupó, hasta ahora, de volver a tensar la cuerda al máximo en todos los aspectos.
En ese sentido, los acontecimientos más relevantes lo marcan los grandes colosos de la economía mundial quienes luchan, con distinta suerte, por evitar caer en una nueva recesión que profundice aún más sus ya frágiles economías.
Por lo tanto, dicha fragilidad se entrelaza con profundas debilidades políticas, las cuales acotan la capacidad de timonear el barco global en medio de la peor tormenta que se recuerde desde los años 30 del siglo pasado.
En consecuencia parecería que se acerca el fin de una época en la cual, y desde la caída del muro de Berlín, el mundo desarrollado gozó de un período de integración y bienestar que causó profundos efectos políticos e impactó en las finanzas globales. Nos referimos, básicamente, a la absoluta liberalidad financiera y el aumento del consumo en el llamado Primer Mundo.
Entonces EEUU disfrutó de un poder unipolar, aunque en decadencia. Y la Unión Europea inició un camino de expansión y prosperidad que se suponía eterno.
Mientras tanto, en el otro lado del mundo, China e India continuaron desarrollándose como potencias comerciales y aún financieras.
A su vez nuestra América Latina logró, durante los últimos años, sanear sus cuentas fiscales y por lo tanto disminuir la enorme carga que significó el pago de miles de millones de dólares en concepto de intereses por endeudamiento externo. Todo ello redundó en la mejora en el nivel de vida y permitió la incorporación de más personas al consumo y la educación.
Pero el desmembramiento de la economía global cambió buena parte de la lógica que rigió ese conjunto de relaciones entre países y bloques económicos hasta ahora.
Y eso como resultado o culminación del proceso de desigualdad creciente entre las economías de las naciones más la concentración en la distribución de los ingresos sin precedente alguno, todo lo cual ayudó a debilitar el poder de consumo de las familias en todo el planeta.
Por otro lado, el poder de la primera potencia económica del mundo, EEUU, recibió últimamente severos cuestionamiento tanto externos como desde dentro de su propia sociedad: se encontró al borde del default de su deuda y vivió luchas entre los distintos factores de poder. Así que el riesgo impensable casi se hace realidad y, también, los otrora imbatibles bonos del Tesoro americano pierden su calificación de “deuda sin riesgo”
Mientras tanto el crecimiento económico chino compite con el poder económico americano y tiene amplias chances de superarlo de aquí a poco.
Y en Europa sucedió lo previsible, la explosión de su modelo, con el efecto de olla a presión que finalmente explota con el riesgo de alcanzar con la onda expansiva a todo el globo.
Es que la estrategia que aplicó la UE, lejos de integrar a sus socios mediante el aprovechamiento de sus fortalezas y la ayuda a superar sus escollos, resultó ser hasta ahora una sociedad solo para las ganancias y que muestra claros países ganadores y otros con brutales índices de desempleo y deudas soberana impagables.
Así que bien podríamos decir, a quienes soñaban que el mundo unipolar traería mayor integración económica y desarrollo, que la era de la globalización “amistosa” terminó definitivamente con el colapso europeo y la crisis norteamericana.
Por lo tanto se agudizan las rivalidades por el control del comercio internacional, tanto como la lucha por la supremacía sobre los recursos naturales. En definitiva el “sálvese quien pueda”
Y una muestra de esa situación, que mucho entorpece y nada suma, es la dificultad que actualmente demuestran los “dos grandes, China y EEUU, para avanzar en sus relaciones. Ese freno bilateral abarca desde cuestiones de proteccionismo comercial, y desconfianza financiera en la relación deudor – prestamista, hasta el logro de mínimos avances en cuestiones de seguridad, cambio climático o proliferación nuclear.
Más aún, desde la Casa Blanca y el Capitolio se insiste en considerar que la sobrevaluación del Yuan es el factor del éxito de las exportaciones chinas, y razón suficiente para que el desempleo americano supere el 9%, y hasta el 20% entre las minorías de esa sociedad.
Por lo tanto arrecian durante este año las campañas proteccionistas de Washington, tanto que hasta el presidente Obama se pone a la cabeza de tales reclamos. Por cierto, si se piensa en las elecciones del 2012, todos querrán lucir patriotas.
Y algunos tratarán de borrar con el codo sus responsabilidades sobre la aplicación de una política comercial y financiera que defendieron durante años. La misma que llevó a EEUU a menguar enormemente su competitividad en distintas ramas productivas, tanto como a asumir un déficit fiscal solo comparable el de los tiempos de la segunda guerra mundial.
Por lo tanto, esas renovadas tensiones por el control de la economía y las finanzas globales tienen un escenario perfecto en las reuniones e (in) decisiones del G-20. Allí puede observarse un rol más que digno de las naciones emergentes tanto como la inacción y ausencia de voluntad cooperativa por parte de los endogámicos países más desarrollados.
Prueba de ello, lo constituyen el decurso de las negociaciones que intentan poner, sin éxito hasta ahora un dique de contención a la debacle en Europa.
En ese sentido hay quienes creen que capitalizando a los bancos o con la imposición de mayores planes de ajuste fiscal se saldrá del pozo. Y parecen olvidar que solo con la generación de empleo e inversiones se fortalecen las economías.
Por todo lo expuesto hasta aquí, y ya con la mirada puesta en el año 2012, la sensación existente en muchos ámbitos es que las tensiones internacionales continuaran en ascenso, y que la crisis de la Unión Europea lejos estará de respetar fronteras y profundizará su irradiación a todo el mundo. Y el resultado sería una economía más débil junto a relaciones políticas aún más inestables en todo el planeta.
Ahora bien, todos los focos de conflictos económicos mencionados reconocen un mismo factor común, nos referimos a la inequidad en la distribución de los ingresos en todo el mundo, donde cada vez menos cantidad de personas detentan mayor poder económico.
Conviene decir que desde la caída del muro de Berlín, que marca el fin de una era, tal proceso de acumulación de riqueza en menos manos se acentúa exponencialmente
Y esa regresión distributiva atenta contra la base misma de nuestro sistema económico capitalista. Porque este necesita, para crecer y desarrollarse, que cada vez mayor cantidad de personas conjuguen el deseo de consumir junto a la posibilidad de hacerlo.
Imposible que eso suceda, claro está, sin fuentes de empleo suficientes e ingresos que se acerquen a cubrir las necesidades de las familias.
Una pregunta interesante en ese sentido sería, si ante la inexistencia del “oso ruso”, se le echarán todas las culpas al “peligro chino” o, por el contrario, nuestra sociedad global será capaz de generar nuevas respuestas- más cooperativas- a los actuales desafíos que se presentan.
Publicado en Suplemento Especial 14º Aniversario de BAE del 31 de octubre de 2011